07 noviembre 2007

El precio de nuestra vida

Casi todo lo que hacemos persigue la realización de la seguridad material, la comodidad, el placer… Realmente es la búsqueda de la felicidad, y para ello no dudamos en ir a por el TV de ultima generación, el coche mas lujoso y potente, la ropa de primeras marcas o tantísimas otras cosas que cada cual bien sabe sin necesidad de poner mas ejemplos.
Lo mismo sucede en el plano de nuestro hacer. Nuestras vidas están repletas de actividades que consideramos irrenunciables, véase por ejemplo: gimnasio, clases y talleres diversos, conferencias, fútbol y un largo etcétera. Por supuesto, hay que mantener una vida social, relacionarse, y para ello, una vez mas, ir a restaurantes, eventos sociales, etc. Simplemente estamos describiendo una situación, sin entrar en valoraciones individuales ni de bueno o malo.
Y el común denominador de todo esto es una buena cartera que poder sacar cada dos por tres, porque una característica común de este estilo de vida es que todo hay que comprarlo, hay que pagar por todo directa o indirectamente.
O sea, deseamos comprar algo, y para ello necesitamos dinero que hemos de conseguir de algún modo, normalmente vendiendo algo. Y ¿qué solemos vender para obtener dinero?: nuestro tiempo, yo te doy mi tiempo –trabajo- y a cambio tú me das dinero.
Pero si hay algo que no nos sobra a nadie es el tiempo. Un antiguo proverbio oriental dice que el hombre, al nacer, ya trae sus respiraciones contadas. Sería, valga la equivalencia, como si tuviéramos una linterna con una sola pila que no se puede reemplazar, y según usáramos la linterna nos daría luz por más o menos tiempo. Pues lo mismo sucede con nuestra vida, tenemos que ser conscientes del precio que estamos pagando por cada cosa hacia la que vamos y si, realmente, eso es útil y necesario en nuestro camino o simplemente superfluo, innecesario o inútil.
Cabría plantearse, pues, qué sentido tiene quemar constantemente el valioso combustible que se nos dio para vivir nuestra vida, para conseguir cosas que finalmente nos dejan igual de insatisfechos que estábamos pero habiendo perdido irreparablemente un tiempo precioso que en vez de ser vivido plenamente alimentando nuestras auténticas necesidades espirituales, ha sido simplemente vendido o cambiado por otra mercancía que no nos hace sentir mas plenos ni felices.
Parece que la felicidad, o lo que a ella se le aproxima, no se encuentra por esos caminos, sino que mas bien se trata de un estado interno que se debe cuidar, alimentar, trabajar, y no una consecución externa que se pueda comprar, conseguir u obtener a través de una transacción económica en la que el precio sea, finalmente, nuestro tiempo de vida, ese que se nos regaló para que lo custodiáramos e invirtiéramos de la manera mas sabia en nosotros mismos en vez de venderlo a quien mejor oferta nos hiciera.
Podríamos preguntarnos, sin saber cada cual cuánto tiempo nos queda: “¿cuánto vale mi vida?”

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