29 enero 2008

El poder del sexo


En el principio el sexo era la vida
Era el Verbo en Dios y en Él yacía
Y el sexo era la luz. Resplandecía
En las tinieblas que en la nada anida.

El Átomo simiente abrió una herida
En una tierra del vigor vacía.
Y dijo el sexo, al verla estéril, fría:
"FIAT LUX" y en la luz fue sumergida.

Con el sexo las cosas fueron hechas
Y sin él no hay semillas ni cosechas:
Hermano es del vivir y a él conexo.

Es cierto y es verdad y sin mentira:
El matrimonio a lo divino mira,
Porque Dios es Amor y Dios es sexo.

Jorge Adoum

25 enero 2008

El Circulo del Noventa y Nueve


Este cuento, especialmente dedicado a una amiga a la que le gusta mucho el sol, es para que lo leamos en esos momentos que todos tenemos, a veces, y que conviene hacer que pasen rapidito. Pero no quiero adelantaros nada, perdería el encanto y el misterio. Leedlo. Espero que os guste y os siente bien.

Había una vez un rey muy triste que tenía un sirviente, que como todo sirviente de rey triste era muy feliz. Todas las mañanas llegaba a traer el desayuno y despertar al rey contando y tarareando alegres canciones de juglares. Una gran sonrisa se dibujaba en su distendida cara y su actitud para con la vida era siempre serena y alegre. Un día, el rey lo mandó a llamar.

—Paje –le dijo— ¿cuál es el secreto?

—¿Qué secreto, Majestad?

—¿Cuál es el secreto de tu alegría?

—No hay ningún secreto, Alteza.

—No me mientas, paje. He mandado a cortar cabezas por ofensas menores que una mentira.

—No le miento, Alteza, no guardo ningún secreto.

—¿Por qué estás siempre alegre y feliz? ¿eh? ¿por qué?

—Majestad, no tengo razones para estar triste. Su Alteza me honra permitiéndome atenderlo. Tengo mi esposa y mis hijos viviendo en la casa que la corte nos ha asignado, somos vestidos y alimentados y además su Alteza me premia de vez en cuando con algunas monedas para darnos algunos gustos, ¿cómo no estar feliz?

—Si no me dices ya mismo el secreto, te haré decapitar – dijo el rey—. Nadie puede ser feliz por esas razones que has dado.

—Pero, Majestad, no hay secreto. Nada me gustaría más que complacerlo, pero no hay nada que yo esté ocultando...

—Vete, ¡vete antes de que llame al verdugo!

El sirviente sonrió, hizo una reverencia y salió de la habitación.

El rey estaba como loco. No consiguió explicarse cómo el paje estaba feliz viviendo de prestado, usando ropa usada y alimentándose de las sobras de los cortesanos. Cuando se calmó, llamó al más sabio de sus asesores y le contó su conversación de la mañana.

—¿Por qué él es feliz?

—Ah, Majestad, lo que sucede es que él está fuera del círculo.

—¿Fuera del círculo?

—Así es.

—¿Y eso es lo que lo hace feliz?

—No, Majestad, eso es lo que no lo hace infeliz.

—A ver si entiendo, estar en el círculo te hace infeliz.

—Así es.

—Y él no está.

—Así es.

—¿Y cómo salió?

—¡Nunca entró!

—¿Qué círculo es ese?

—El círculo del 99.

—Verdaderamente, no te entiendo nada.

—La única manera para que entendieras, sería mostrártelo en los hechos.

—¿Cómo?

—Haciendo entrar a tu paje en el círculo.

—Eso, obliguémoslo a entrar.

—No, Alteza, nadie puede obligar a nadie a entrar en el círculo.

—Entonces habrá que engañarlo.

—No hace falta, Su Majestad. Si le damos la oportunidad él entrará solito, solito..

—¿Pero él no se dará cuenta de que eso es su infelicidad?

—Sí, se dará cuenta.

—Entonces no entrará.

—No lo podrá evitar.

—¿Dices que él se dará cuenta de la infelicidad que le causará entrar en ese ridículo círculo, y de todos modos entrará en él y no podrá salir?

—Tal cual. Majestad, ¿estás dispuesto a perder un excelente sirviente para poder entender la estructura del

círculo?

—Sí.

—Bien, esta noche te pasaré a buscar. Debes tener preparada una bolsa de cuero con 99 monedas de oro, ni una más ni una menos. ¡99!

—¿Qué más? ¿Llevo guardias por si acaso?

—Nada más que la bolsa de cuero. Majestad, hasta la noche.

—Hasta la noche.

Así fue. Esa noche, el sabio pasó a buscar al rey. Juntos se escurrieron hasta los patios del palacio y se ocultaron junto a la casa del paje. Allí esperaron el alba. Cuando dentro de la casa se encendió la primera vela, el hombre sabio agarró la bolsa y le pinchó un papel que decía:

ESTE TESORO ES TUYO.

ES EL PREMIO

POR SER UN BUEN HOMBRE.

DISFRÚTALO Y NO CUENTES

A NADIE

CÓMO LO ENCONTRASTE.

Luego ató la bolsa con el papel en la puerta del sirviente, golpeó y volvió a esconderse. Cuando el paje salió, el sabio y el rey espiaban desde atrás de unas matas lo que sucedía. El sirviente vio la bolsa, leyó el papel, agitó la bolsa y al escuchar el sonido metálico se estremeció, apretó la bolsa contra el pecho, miró hacia todos lados y entró en su casa..Desde afuera escucharon la tranca de la puerta, y se arrimaron a la ventana para ver la escena. El sirviente había tirado todo lo que había sobre la mesa y dejado sólo la vela. Se había sentado y había vaciado el contenido en la mesa.

Sus ojos no podían creer lo que veían. ¡Era una montaña de monedas de oro! Él, que nunca había tocado una de estas monedas, tenía hoy una montaña de ellas para él. El paje las tocaba y amontonaba, las acariciaba y hacía brillar la luz de la vela sobre ellas. Las juntaba y desparramaba, hacía pilas de monedas.

Así, jugando y jugando empezó a hacer pilas de 10 monedas: Una pila de diez, dos pilas de diez, tres pilas, cuatro, cinco, seis... y mientras sumaba 10, 20, 30, 40, 50, 60... hasta que formó la última pila: 9 monedas!

Su mirada recorrió la mesa primero, buscando una moneda más. Luego el piso y finalmente la bolsa. “No puede ser”, pensó. Puso la última pila al lado de las otras y confirmó que era más baja. ¡Me robaron –gritó— me robaron, malditos!

Una vez más buscó en la mesa, en el piso, en la bolsa, en sus ropas, vació sus bolsillos, corrió los muebles, pero no encontró lo que buscaba.

Sobre la mesa, como burlándose de él, una montañita resplandeciente le recordaba que había 99 monedas de oro “sólo 99”. “99 monedas. Es mucho dinero”, pensó. Pero me falta una moneda. Noventa y nueve no es un número completo –pensaba—. Cien es un número completo pero noventa y nueve, no.

El rey y su asesor miraban por la ventana. La cara del paje ya no era la misma, estaba con el ceño fruncido y los rasgos tiesos, los ojos se habían vuelto pequeños y arrugados y la boca mostraba un horrible rictus, por el que asomaban sus dientes..El sirviente guardó las monedas en la bolsa y mirando para todos lados para ver si alguien de la casa lo veía, escondió la bolsa entre la leña. Luego tomó papel y pluma y se sentó a hacer cálculos.

¿Cuánto tiempo tendría que ahorrar el sirviente para comprar su moneda número cien? Todo el tiempo hablaba solo, en voz alta. Estaba dispuesto a trabajar duro hasta conseguirla. Después quizás no necesitara trabajar más. Con cien monedas de oro, un hombre puede dejar de trabajar. Con cien monedas un hombre es rico. Con cien monedas se puede vivir tranquilo.

Sacó el cálculo. Si trabajaba y ahorraba su salario y algún dinero extra que recibía, en once o doce años juntaría lo necesario.

“Doce años es mucho tiempo”, pensó. Quizás pudiera pedirle a su esposa que buscara trabajo en el pueblo por un tiempo. Y él mismo, después de todo, él terminaba su tarea en palacio a las cinco de la tarde, podría trabajar hasta la noche y recibir alguna paga extra por ello.

Sacó las cuentas: sumando su trabajo en el pueblo y el de su esposa, en siete años reuniría el dinero. ¡Era demasiado tiempo!

Quizás pudiera llevar al pueblo lo que quedaba de comida todas las noches y venderlo por unas monedas. De hecho, cuanto menos comieran, más comida habría para vender... Vender... Vender...

Estaba haciendo calor. ¿Para qué tanta ropa de invierno? ¿Para qué más de un par de zapatos? Era un sacrificio, pero en cuatro años de sacrificios llegaría a su moneda cien.

El rey y el sabio, volvieron al palacio. El paje había entrado en el círculo del 99...

Durante los siguientes meses, el sirviente siguió sus planes tal como se le ocurrieron aquella noche. Una mañana, el paje entró a la alcoba real golpeando las puertas, refunfuñando y de pocas pulgas..

—¿Qué te pasa? preguntó el rey de buen modo.

—Nada me pasa, nada me pasa.

—Antes, no hace mucho, reías y cantabas todo el tiempo.

—Hago mi trabajo, ¿no? ¿Qué querría su Alteza, que fuera su bufón y su juglar también?

No pasó mucho tiempo antes de que el rey despidiera al sirviente. No era agradable tener un paje que estuviera siempre de mal humor.

Tú, yo y todos nosotros hemos sido educados en esta estúpida ideología: Siempre nos falta algo para estar completos, y sólo completos se puede gozar de lo que se tiene. Nos enseñaron que la felicidad deberá esperar a completar lo que falta... Y como siempre nos falta algo, la idea retoma el comienzo y nunca se puede gozar de la vida...

Pero qué pasaría si la iluminación llegara a nuestras vidas y nos diéramos cuenta, así, de golpe, que nuestras 99 monedas son el cien por cien del tesoro, que no nos falta nada, que nadie se quedó con lo nuestro, que nada tiene de más redondo cien que noventa y nueve, que esta es sólo una trampa, una zanahoria puesta frente a nosotros para que seamos estúpidos, para que jalemos del carro, cansados, malhumorados, infelices o resignados.

Una trampa para que nunca dejemos de empujar y que todo siga igual....eternamente igual!....Cuántas cosas cambiarían si pudiésemos disfrutar de nuestros tesoros tal como están.

18 enero 2008

Almuerzo con Dios

Un niño pequeño quería conocer a Dios. Sabía que tendría que hacer un largo viaje para llegar hasta donde Él vive, así que guardó en su maleta pastelitos de chocolate y refrescos de fruta… Y empezó su andadura.

Cuando había caminado unas horas, se encontró con una mujer anciana. Estaba sentada en un banco del parque, sola, contemplando en silencio algunas palomas que picoteaban migajas de pan que ella les arrojaba.

El niño se sentó junto a ella y abrió su maleta. Comenzó a beber uno de sus refrescos cuando notó que la anciana le miraba, así que le ofreció uno de ellos. Ella agradecida lo aceptó y le sonrió. Su sonrisa era muy bella, tanto que el niño quería verla de nuevo, así que le ofreció entonces uno de sus pastelillos. De nuevo ella le sonrió. El niño estaba encantado, y se quedó toda la tarde junto a ella, comiendo y sonriendo, aunque sin hablar una palabra.

Cuando oscurecía, el niño se levantó para irse. Dio algunos pasos, pero se detuvo; dio vuelta atrás, corrió hacia la anciana y le dio un abrazo. Ella después de abrazarlo, le dedicó la más grande sonrisa de su vida.

Cuando el niño llegó a su casa, su madre quedó sorprendida de la cara de felicidad que traía. Entonces le preguntó:

· Hijo, ¿qué hiciste hoy que te hizo tan feliz?

El niño le contestó:

· ¡Hoy almorcé con Dios!

Y antes de que su madre reaccionara, añadió:

· Y ¿sabes? ¡Tiene la sonrisa más hermosa que nunca he visto!

Mientras tanto, la anciana, también radiante de felicidad, regresó a su casa. Su hijo se quedó sorprendido de la expresión de paz que reflejaba en su cara, y le preguntó:

· Mamá, ¿qué hiciste hoy que te ha puesto tan feliz?

La anciana le contestó:

· ¡Comí pastelitos de chocolate con Dios, en el parque!

Y antes de que su hijo respondiera, añadió:

· Y ¿sabes? ¡Es más joven de lo que yo pensaba!

Moraleja:

Con frecuencia, no damos importancia al poder de un abrazo, de una palmada en la espalda, de una sonrisa sincera, de una palabra de aliento, de un oído que escucha, de un cumplido sincero, o del acto más pequeño de preocupación...

Mas todos esos detalles tienen el mágico poder de cambiar tu vida o la de los demás, de darle un gran giro y hacerla feliz.

Todas las personas llegan a nuestras vidas por una razón, bien sea por un tiempo o se quedan para toda una vida.

¡Recíbelos a todos por igual!

¡¡¡ AH, Y NO OLVIDES ALMORZAR SIEMPRE CON DIOS...!!!

07 enero 2008

Plegaria

Te ofrezco la esencia que soy, esa que desconoces y ni imaginas, esa que podría sorprenderte por no esperarla.

No te quedes, te pido, con las ideas que te has formado sobre mí y no he querido desmentirte por renunciar a aclaraciones. Yo no soy ese, de verdad. Ahora te digo que, si quieres, vayas más allá de mi imagen y de tus ideas.

Te regalo los sentimientos que han creado a mis palabras y lamento que estas no siempre te gustaran, pero no fueron pronunciadas ni escritas para agradar ni para desagradar, sino para ser expresadas y que a través de ellas conectaras con su verdadera fuente, y de ella bebieras si querías esa agua.

Me quedo con tus silencios y con tus reservas, si eso es lo que me has querido dar. Los cuidaré y quizá algún día se transformen en mis palabras.

Te doy, por último, mi último silencio para ti, por si lo quieres cuidar y que tal vez algún día se convierta en tus palabras, esas que no fueron dichas.

Ruego a Dios que limpie mis ojos para que sólo me permitan ver tu bondad, tu virtud, tu belleza, que afine mis oídos par poder oír solo tu sonido cierto, que mi boca emita solo el verbo que nació en mi corazón inspirado por Él, que mis manos sirvan solo para acariciar, para sanar, para transformar en luz lo que todavía no la muestra, y sobre todo, que seamos capaces de ir más allá de nuestra imagen, que lleguemos a nuestra semejanza, esa que es igual, que nos une, que nos viene dada por Él.

No te vayas, no partas en silencio, no todavía.

Queda mucho por hacer…

A… Dios

05 enero 2008

Noche de Reyes

Pocas cosas me han ilusionado tanto en la vida como la noche de Reyes. Supongo que influiría que era el único momento en que mi familia me podía regalar algo, o por lo menos se las ingeniaban para poder, aunque uno de los motivos más importantes es que era muy inocente.

Creer que esa noche iban a venir los Reyes Magos en persona a traerme un juguete, con camellos y todo, me hacía sentir valioso y bueno. ¡Qué nervios esa noche!, porque si venían y me pillaban despierto pasarían de largo y no entrarían a dejarme nada. Y me acostaba pronto y aguardaba quieto, sin apenas moverme y los ojos cerrados hasta que me vencía el sueño… Creo que os sonara la historia ¿no?

Os voy a confesar que cuando me dijeron que los Reyes eran los padres cogí un disgusto monumental, y ya era bastante mayorcito. En el fondo sigo siendo bastante inocente, cosa de la que me alegro aunque a otros les parezca un defecto.

Hoy me han mandado esta preciosa leyenda que escribo a continuación. Quiero compartirla con vosotros porque me ha gustado mucho, pero si me perdonáis voy a acabar porque en mi reloj faltan 5 minutos para las doce de la noche, no vaya a ser que pasen los Reyes, me pillen blogueando y me quede sin regalo…

Os deseo a tod@s que los Reyes os traigan el regalo que merecéis, que a lo mejor no es material ¿eh?, y que viváis vuestra vida como niñ@s, con mucha ilusión e inocencia.

Besos…

EL CUARTO REY MAGO

Cuenta una leyenda rusa que fueron cuatro los Reyes Magos. Luego de haber visto la estrella en el oriente, partieron juntos llevando cada uno sus regalos de oro, incienso y mirra. El cuarto llevaba vino y aceite en gran cantidad, cargado todo en los lomos de sus burritos.

Luego de varios días de camino se internaron en el desierto. Una noche los agarró una tormenta. Todos se bajaron de sus cabalgaduras, y tapándose con sus grandes mantos de colores, trataron de soportar el temporal refugiados detrás de los camellos arrodillados sobre la arena. El cuarto Rey, que no tenía camellos, sino sólo burros buscó amparo junto a la choza de un pastor metiendo sus animalitos en el corral de pirca. Por la mañana aclaró el tiempo y todos se prepararon para recomenzar la marcha. Pero la tormenta había desparramado todas las ovejitas del pobre pastor, junto a cuya choza se había refugiado el cuarto Rey. Y se trataba de un pobre pastor que no tenía ni cabalgadura, ni fuerzas para reunir su majada dispersa.

Nuestro cuarto Rey se encontró frente a un dilema. Si ayudaba al buen hombre a recoger sus ovejas, se retrasaría de la caravana y no podría ya seguir con sus Camaradas. El no conocía el camino, y la estrella no daba tiempo que perder. Pero por otro lado su buen corazón le decía que no podía dejar así a aquel anciano pastor. ¿Con qué cara se presentaría ante el Rey Mesías si no ayudaba a uno de sus hermanos?

Finalmente se decidió por quedarse y gastó casi una semana en volver a reunir todo el rebaño disperso. Cuando finalmente lo logró se dio cuenta de que sus compañeros ya estaban lejos, y que además había tenido que consumir parte de su aceite y de su vino compartiéndolo con el viejo. Pero no se puso triste. Se despidió y poniéndose nuevamente en camino aceleró el tranco de sus burritos para acortar la distancia. Luego de mucho vagar sin rumbo, llegó finalmente a un lugar donde vivía una madre con muchos chicos pequeños y que tenía a su esposo muy enfermo. Era el tiempo de la cosecha. Había que levantar la cebada lo antes posible, porque de lo contrario los pájaros o el viento terminarían por llevarse todos los granos ya bien maduros.

Otra vez se encontró frente a una decisión. Si se quedaba a ayudar a aquellos pobres campesinos, sería tanto el tiempo perdido que ya tenía que hacerse a la idea de no encontrarse más con su caravana. Pero tampoco podía dejar en esa situación a aquella pobre madre con tantos chicos que necesitaba de aquella cosecha para tener pan el resto del año. No tenía corazón para presentarse ante el Rey Mesías si no hacía lo posible por ayudar a sus hermanos. De esta manera se le fueron varias semanas hasta que logró poner todo el grano a salvo. Y otra vez tuvo que abrir sus alforjas para compartir su vino y su aceite.

Mientras tanto la estrella ya se le había perdido. Le quedaba sólo el recuerdo de la dirección, y las huellas medio borrosas de sus compañeros. Siguiéndolas rehizo la marcha, y tuvo que detenerse muchas otras veces para auxiliar a nuevos hermanos necesitados. Así se le fueron casi dos años hasta que finalmente llegó a Belén. Pero el recibimiento que encontró fue muy diferente del que esperaba. Un enorme llanto se elevaba del pueblito. Las madres salían a la calle llorando, con sus pequeños entre los brazos. Acababan de ser asesinados por orden de otro rey. El pobre hombre no entendía nada. Cuando preguntaba por el Rey Mesías, todos lo miraban con angustia y le pedían que se callara. Finalmente alguien le dijo que aquella misma noche lo habían visto huir hacia Egipto.

Quiso emprender inmediatamente su seguimiento, pero no pudo. Aquel pueblito de Belén era una desolación. Había que consolar a todas aquellas madres. Había que enterrar a sus pequeños, curar a sus heridos, vestir a los desnudos. Y se detuvo allí por mucho tiempo gastando su aceite y su vino. Hasta tuvo que regalar alguno de sus burritos, porque la carga ya era mucho menor, y porque aquellas pobres gentes los necesitaban más que él. Cuando finalmente se puso en camino hacia Egipto, había pasado mucho tiempo y había gastado mucho de su tesoro. Pero se dijo que seguramente el Rey Mesías sería comprensivo con él, porque lo había hecho por sus hermanos.

En el camino hacia el país de las pirámides tuvo que detener muchas otras veces su marcha. Siempre se encontraba con un necesitado de su tiempo, de su vino o de su aceite. Había que dar una mano, o socorrer una necesidad. Aunque tenía temor de volver a llegar tarde, no podía con su buen corazón. Se consolaba diciéndose que con seguridad el Rey Mesías sería comprensivo con él, ya que su demora se debía al haberse detenido para auxiliar a sus hermanos.

Cuando llegó a Egipto se encontró nuevamente con que Jesús ya no estaba allí. Había regresado a Nazaret, porque en sueños José había recibido la noticia de que estaba muerto quien buscaba matarlo al Niño. Este nuevo desencuentro le causó mucha pena a nuestro Rey Mago, pero no lo desanimó. Se había puesto en camino para encontrarse con el Mesías, y estaba dispuesto a continuar con su búsqueda a pesar de sus fracasos. Ya le quedaban menos burros, y menos tesoros. Y éstos los fue gastando en el largo camino que tuvo que recorrer, porque siempre las necesidades de los demás lo retenían por largo tiempo en su marcha. Así pasaron otros treinta años, siguiendo siempre las huellas del que nunca había visto pero que le había hecho gastar su vida en buscarlo.

Finalmente se enteró de que había subido a Jerusalén y que allí tendría que morir. Esta vez estaba decidido a encontrarlo fuera como fuese. Por eso, ensilló el último burro que le quedaba, llevándose la última carguita de vino y aceite, con las dos monedas de plata que era cuanto aún tenía de todos sus tesoros iniciales. Partió de Jericó subiendo también él hacia Jerusalén. Para estar seguro del camino, se lo había preguntado a un sacerdote y a un levita que, más rápidos que él, se le adelantaron en su viaje. Se le hizo de noche. Y en medio de la noche, sintió unos quejidos a la vera del camino. Pensó en seguir también él de largo como lo habían hecho los otros dos. Pero su buen corazón no se lo dejó. Detuvo su burro, se bajó y descubrió que se trataba de un hombre herido y golpeado. Sin pensarlo dos veces sacó el último resto de vino para limpiar las heridas. Con el aceite que le quedaba untó las lastimaduras y las vendó con su propia ropa hecha jirones. Lo cargó en su animalito y, desviando su rumbo, lo llevó hasta una posada. Allí gastó la noche en cuidarlo. A la mañana, sacó las dos últimas monedas y se las dio al dueño del albergue diciéndole que pagara los gastos del hombre herido. Allí le dejaba también su burrito por lo que fuera necesario. Lo que se gastara de más él lo pagaría al regresar.

Y siguió a pie, solo, viejo y cansado. Cuando llegó a Jerusalén ya casi no le quedaban más fuerzas. Era el mediodía de un viernes antes de la Gran Fiesta de Pascua. La gente estaba excitada. Todos hablaban de lo que acababa de suceder. Algunos regresaban del Gólgota y comentaban que allá estaba agonizando colgado de una cruz. Nuestro Rey Mago gastando sus últimas fuerzas se dirigió hacia allá casi arrastrándose, como si el también llevara sobre sus hombros una pesada cruz hecha de años de cansancio y de caminos.

Y llegó. Dirigió su mirada hacia el agonizante, y en tono de súplica le dijo:

- Perdóname. Llegué demasiado tarde.

Pero desde la cruz se escuchó una voz que le decía:

- Hoy estarás conmigo en el paraíso.

03 enero 2008

Su Rostro


Hoy he visto el rostro de Allah,
pues se han reconciliado mi sombra y mi luz.
Ahora, la sombra se ha vuelto semejante a la luz,
y la luz semejante a la sombra.

Cada una de ellas está en su sitio,
pero mutuamente se han perdonado.
Entre ellas fluye una brisa fresca,
cuyo nombre es "Amor".....