Creemos conocer un poco a muchas personas, a otras –menos- creemos conocerlas mucho, y de alguna creemos saber hasta lo que piensa.
¿Quién está dentro del otro? Y aunque se estuviera, ¿qué cambiaría? Ni siquiera nos conocemos bien a nosotros mismos y vamos suponiendo y juzgando sobre los demás.
Qué difícil es saber las motivaciones y los sentimientos más íntimos de nadie, del que en un instante, sin pensarlo, dio la vida por salvar a otra persona o del que en un momento dado cometió una locura y mató a alguien, pero tendemos a adjudicar a los otros nuestros pensamientos, patrones, esquemas, unos programas que en el mejor de los casos necesitan actualizarse porque fallan escandalosamente (véase como le va la vida al ser humano en general y lo que está haciendo en este planeta).
Es muy complicado entender a los demás cuando no nos entendemos a nosotros mismos. Estaría bien, muy bien, empezar ahora mismo con uno mismo. Quizá sea lo único que podemos hacer, conocernos a nosotros mismos, saber quiénes somos, qué hacemos aquí, hacia dónde queremos ir.