Millones de células formando carne y huesos,
millones de millones de células puestas de acuerdo
para aceptarse en sus diferencias y trabajar unidas,
billones de células yendo más allá de sí mismas
para formar algo mucho más grande,
un gran ser que ni siquiera repara en ellas
o, como mucho, las ve como partes aisladas de sí mismo,
y no duda en envenenarlas y matarlas,
cuando por desamor le duelen y su atención reclaman.
Millones de células dispuestas a entregar su vida,
para hacer posible una vida más grande,
sabiendo bien que sólo existe vida
y que su sentido es una vida mucho más amplia,
un ser más grande formado por millones como ellas,
y que cada una, solo para sí misma, no tiene sentido.
¿Sabe ese ser lo que saben sus células?
¿Por qué se empeñan ellas en permanecer unidas?
¿Será para crear un ser de carne y huesos,
que come, duerme, trabaja y no repara en ellas?
¿O es para crear la posibilidad de un ser que ame,
un ser que rompa las cadenas que la forma impone,
las reglas emanadas de la manipulación y el miedo,
la hipócrita moral de corazones estancados,
un ser capaz de entregarse totalmente al sentir de un ideal,
de enfrentarse a la muerte y derrotarla,
levantándose de nuevo vivo, más vivo aun que antes,
para que, finalmente, se disgregue
esa materia que le dio la forma,
indultadas ya sus células, libres ya, como él mismo,
y que de él entonces sólo quede su más íntima esencia,
sin nada que oculte lo que siempre ha sido,
pura luz que viaja por el tiempo y el espacio
sin nadie ni nada que lo impida?
No está hecha la luz para ser guardada en una caja,
ni en un cuarto, un palacio o un cuerpo.
No hay barreras que impidan que la luz se muestre,
no hay condiciones que limiten que la luz se expanda.
Bajo la luz todo se ve más claro,
sólo es cuestión de tiempo,
de células unidas, fusionadas,
dando forma a ese ser humano,
esperando el momento de partir, de irse,
porque ya no hacen falta,
y él sea ya lo que desde siempre fue previsto que fuera:
un Servidor de la Luz,
un Ser de Luz.