Estos últimos días, quienes vivimos en los llamados países del primer mundo, asistimos a lo que parece una hecatombe económica: bancos a la quiebra, bolsas hundiéndose, pérdida de empleo, etc. Parece que ya nadie duda de que estamos en crisis y la palabra recesión se hace oír cada vez más fuerte.
Pero los seres humanos nos empeñamos en ver todo como hechos aislados, no solemos contemplar la relación de los acontecimientos y se dice que esto pasará y todo volverá a la normalidad.
Le damos mucha importancia a perder nuestros ahorros o nuestro empleo y no caemos en la cuenta que todos los años de excesos y abundancia desmesurada que hemos tenido han sido a costa de generar pobreza en otros lugares.
¿Cuántos años hace que miles y miles de personas de los países llamados pobres sufren y mueren cada día sin que a nosotros se nos agrie la cena en el estómago? Pues sí, desde no se sabe cuántos años, por decirlo suavemente, mueren cada día muchos miles de personas por falta de alimento, no tener agua o beber agua contaminada, o no disponer de atención médica. Eso por no hablar de las víctimas de la guerra o la violencia en general, la explotación, las catástrofes y las formas paupérrimas de vida.
Ahora, cuando nos tocan a nosotros el bolsillo y el empleo es inseguro, lanzamos el grito al cielo y nos desesperamos como si fuera el fin del mundo.
Y en cierto modo parece que esto sea un aviso del fin del mundo, sí, pero de un mundo que ha hecho de la vida un acontecimiento casi imposible, donde el hombre mata y explota al planeta que lo sustenta y al propio hombre, ciego ante el precipicio al que se aproxima y dándose prórroga todavía para reaccionar, ocupado como está en tratar de apurar un poco más el beneficio que está sacando de lo que sea.
Se habla de cambio climático cuando hace dos años todos se reían, se habla de recesión cuando hace cuatro días no se aceptaba la palabra crisis, pero ¿quién habla de lo que los seres humanos tenemos que cambiar cada uno en nuestra vida?
Nosotros, la raza humana, estamos en plena crisis espiritual, humana, de valores, nuestro organismo también está en cambio climático porque deterioramos nuestros propios cuerpos con nuestros estilos de vida nocivos, vivimos con violencia, con soberbia, con avaricia, pensamos mal, en fin, la lista la puede completar cada cual si quiere.
Realmente se nos ha dado todo para poder hacer de esta tierra un paraíso y estamos al borde del desastre. No podemos separar el estado del planeta y la sociedad misma con el estado del propio ser humano. Y nadie, ni políticos, ni religiosos, ni científicos, ni filósofos, nadie llama la atención de una situación que no puede cambiar si el hombre no cambia sus parámetros de vida.
La responsabilidad es de cada uno de nosotros y el momento es ahora. No hay tiempo que perder, ahora menos que nunca, pues no sabemos con cuánto contamos ni en qué punto real de deterioro estamos.
Y no vale con saberlo, eso no cambia nada, es necesario actuar.
Dejar que duela, dejar que el dolor rompa la coraza que nos impide sentir, esa coraza que en vez de protegernos nos aísla y engaña haciéndonos creer que existimos separados de los demás, una coraza que nos impide enterarnos de lo que debemos conocer para realmente ser, una frontera ficticia en la que las barreras son una mera ilusión destinada tarde o temprano a derrumbarse.
Interpretar el lenguaje de la vida, la sincronía, las coincidencias, los sueños, cualquier pequeña cosa nos habla y nos guía si estamos atentos y hacemos caso dejándonos guiar. Amplificar cualquier pequeño suceso para no ver los hechos como algo aislado y sin relación. Existe una conexión entre todo, la vida es una e indivisible, nada está aislado del resto.
Abandonar el miedo que nos atenaza e impide que ampliemos nuestros límites, la resistencia a lo nuevo y desconocido, la comodidad que nos oxida y empequeñece al mermar nuestras inmensas posibilidades. Soltar amarras, no aferrarnos a nada.
Atrevernos a perseguir nuestros sueños, a que la vida sea una verdadera aventura y nosotros los actores, no los espectadores, a sentir todo lo que nos llegue y permitir que ello nos enriquezca, nos temple, nos complete.
Dar siempre la mejor respuesta posible ante lo que vivamos, aunque nadie se entere, pues nosotros sí lo sabemos.
Que nuestro corazón esté sereno ante nuestra vida, sin nada de lo que arrepentirnos, sin nada que ocultar, sin lugar para el disimulo o el ocultamiento.
Vivir la alegría aun en los momentos más difíciles, no sólo por nosotros, también por los demás.
Y confiar, tener fe, sentir que hemos sido creados por una Fuerza, que somos sus criaturas y que hay un Plan perfecto diseñado para que el ser humano realice todo su potencial y manifieste la verdadera divinidad que es, pues esa es su esencia, y a veces, ya lo hemos visto en otros momentos de la historia, el ser humano elige experimentar a través de las circunstancias más difíciles, y el Creador, en una muestra de respeto y amor, se lo permite…