“¿Estás preparada? Vengo a llevarte conmigo, ya se cumplió tu tiempo y es hora de partir…”
No sabemos cuánto tiempo tenemos. Se nos ha dado el regalo de la vida y, ¿cómo lo utilizamos?
Pareciera que vivimos como si tuviésemos todo el tiempo del mundo, seguramente aflora en nosotras la sensación, el recuerdo o la intuición de que realmente somos seres inmortales, pero a menudo desaprovechamos ese tesoro de tiempo que se nos dio y lo desperdiciamos inútilmente en menesteres que no nos conducen al puerto al que queremos llegar.
Vivimos en una sociedad consumista que tiende a tener ocupado todo el tiempo mediante todo tipo de actividades; existe el ocio y el tiempo libre y hay que ocuparlos como sea, y cuando no se sabe cómo hay que hacer lo que sea para matar el tiempo, no siendo conscientes de que, al actuar así, somos nosotras las que morimos poco a poco.
Todos los procesos de la naturaleza están sujetos a unos ritmos y existe también el tiempo del descanso, de la quietud, del no hacer, en el que el ser integra lo vivido, y tal y como esa experiencia se posa y clarifica se encuentra a sí mismo en ella y prepara las condiciones para realizar el siguiente movimiento.
Pero es necesario que el hacer tenga un sentido. No se trata de hacer cuanto más mejor, sino de que cada cual haga lo que sienta que tiene que hacer, ni más ni menos, sin picar en el anzuelo de las ofertas que pretenden tenernos siempre ocupados, distraídos o entretenidos en cosas, la mayor parte inútiles, que generalmente acaban confundiéndonos y apartándonos de nuestro proyecto de vida.
Es realmente importante ejercitarse en el verdadero hacer, entrar en el auténtico ritmo creador que posibilite la realización de nuestro proyecto vital, de nuestro ideal, ese que fue pensado y decidido para ser realizado por nosotros en este tiempo que se nos dio como vida, para que nada quede pendiente por nuestra parte y ésta contribuya armoniosamente en el proyecto de la totalidad de la que forma parte.
Así, podremos también hacer como se cuenta que hizo Dios cuando, tras cada día de la Creación, se detenía a contemplar y viendo el resultado lo daba por bueno. Y cuando un día, lejano o cercano, tengamos que partir, lo haremos con la satisfacción de haber cumplido con nuestro deber, que también derecho, y haber gozado con ello habiendo aprovechado útilmente el tiempo que tuvimos, convirtiéndolo en Vida…